domingo, 16 de noviembre de 2014

La corza de Artemisa


 
 
--En este caso no muere la corza, propiedad de Artemisa--



Qué de soledad antes de encontrarte, y cuánta tras ello.
Qué soledad en mis pestañas, ya el llanto no sujetan.
Cuánta al lado de mi almohada, al de mi cuaderno verde.
La misma que estuvo siempre, nadie se quedó, nadie arriesgó.
En medio de mañanas agitadas,
 en medio de noches sin estrellas, no hay mayor soledad que la noche sin ellas.
Te preguntabas si era soledad? Siempre estuve sola!
No, no lo era, era saber que alguien podía amarme por mí misma y a pesar de mí.
Creo lo hizo, ni una mala palabra,
al contrario, la pena más grande en la mirada,
ánimo para que corriera a saltitos tras de mis sueños...
Sí, tras ellos, nunca al lado!
Cayó una lágrima sincera, cierta, triste como mi alma.
Tanto lo está que ya no llora, cómo duele el llanto que se contiene!
Arrasa en el pecho.
Y yo disfrazo de sonrisas, por donde paso, el mundo,
 este se place, ya nadie sonríe  a las siete de la mañana.
Cuánta soledad detrás de las ventanas a media luz las noches de lluvia como esta.
Qué soledad tan rara que no la reconozco, que la llamo a gritos,
que la entrego el alma, pero eso nunca lo supiste,
ahora qué más da! Pude romperme en mil pedazos, pero esta vez reí,
ya me rompiste antes y me encargué de mal pegar los pedazos.
 
"La corza blanca está muerta, el arco está sano, pero tú  quedas herido para siempre"
 
-Espero que Bécquer y Anacreonte me perdonen este final que tantas veces digo en noches como esta, en la que el viento aprieta afuera-
 
 

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