Los brazos en los que estuve arropada, me sentía así en ellos. Los mismos en los que dormí. Miro, veo tus labios y tu boca. La recorro en mi memoria, como lo hice tantas veces,... con las yemas de mis dedos. Los abría un poco y depositaba un beso. Tus brazos se cerraron sobre el abismo de tu ausencia y tu silencio. El instante preciso de salir corriendo, de olvidar lo dicho y lo hecho... pero a veces vuelve tu recuerdo como vuelven a la memoria los juguetes de la infancia. El color naranja, el olor del plástico nuevo, el mismo aroma de tu pelo, el aire perfumado del recuerdo. La lluvia en Santiago cayendo por mi pelo, las plantas secándose, se acercaba el invierno. Quizá una canción, algunos versos. Es tarde y el frío cala, los pasos hacia casa, sola, desterrada del amor de aquel momento. No hubo beso de despedida ni abrazo que guardar en mi memoria. La ausencia y el tiempo se llevan muy mal en las noches de duermevela. Tus labios, tu pelo, tus brazos en mi espalda. El bajar corriendo la escalera, la lágrima guardada cuando marchabas, los nervios en el estómago, el beso que puse en tu alma con el mayor sentimiento, todo, eso y todo lo demás que olvidaste con el tiempo, fue lo más sagrado y lo más eterno. Sólo el beso de tu madre en tu frente es más cierto.
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