Paso por la ciudad inadvertido
como un fantasma pasa por
la casa
que le sirvió de hogar y
miro,
con la fría mirada de quien
no siente nada,
las líneas paralelas de las
calles
el doble sentido de las
palabras,
la dualidad del mundo.
La doblez en el uso
acostumbrado.
Las parejas errantes
que, en acopio de besos,
se embriagan entusiastas
de tardes y deseos,
entre las geometrías
infinitas
y el murmullo del tiempo.
Y me vuelvo hacia adentro
a este apacible juego de
solitario.
¿Será, al final, como decía mi madre
que no sirvo para vivir con nadie?
--Francisco M. Ortega Palomares--
--Francisco M. Ortega Palomares--
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