miércoles, 6 de abril de 2016

Tan sólo una flor



En la caída de la tarde pensaba cosas extrañas que la mayoría de los mortales no admitiría pensar.

En el pantalón de la señora de mediana edad del fondo de la fila en el banco, en la mañana. su entrepierna se marcaba. Hasta entonces, la había visto con un hermoso cuerpo, así vestida como iba, parecía más joven. Aquella marca de su pubis en el pantalón, demostraba lo contario. Eran anchos sus labios, no grandes, no es lo mismo. A estas alturas sabía que la edad se delataba a través del vaquero.

No todo el mundo diría francamente que se fijaba en esas cosas. Pero el trabajo en la residencia daba para eso tipo de juicios. Lo mismo antes en la clínica. Demasiados baños y pañales para no saberse de memoria algunas cosas de los cuerpos.

No le era agradable la parte superior del pubis de la gente pasada de peso. Se marcaba como un mundo aparte del sexo que estaba a unos centímetros.

El olor! Podía sentirlo en las fosas nasales a tres metros, olía a acre, a orina, a pis, a bragas de tres días, a calzoncillo de una semana. A sobaco ácido.

Es posible que ahora fuera así cansado de tanto trato de látigo para llevar a cabo sus trabajos, pero salvo contadas excepciones, no podía mirar a la gente sin pensar en todos esos aromas y texturas.

Y qué decir del olor mezclado de piel seca y sudor de pies? Cómo era posible? Porque desde luego que lo era.

Miraba en las mañanas a las voluntarias septuagenarias. Maquillaje, colonias y perfumes .Cremas que brillan en la cara. El abrigo de piel de una de ellas, la cadena de oro, la "Cruz a cuestas!"
La prepotencia para tratar a otras señoras mayores, a algunos de los ancianos que se duermen en una silla tras los cristales.
Se creen superiores porque aún no babeas, porque hasta ahora han podido valerse y cada quince domingos, uno viene la nuera a verlas, así de pasada, sin dejar a los niños entablar confianza con esa mujer que "le parió al marido".
Están solas, terriblemente solas, pero ellas no lo saben, o no lo reconocen, como si yo, ya entrado en los cincuenta no me diera cuenta, yo que estoy solo por carácter y hartura del género humano, ese que como yo algún día, huele a orines, a heces, a escombro y decadencia.

Sí, las miro, lo reconozco, miro su pubis y me asquean. Vestidas y todo ,sobre todo cuando quieren aparentar ser más bellas, más jóvenes, más que ninguna. Y también es cierto que miro a los hombres, el pantalón subido tan alto. De ese tergal y con ese corte que me recuerda al viejo aquel que de niño tocaba mi entrepierna en el portalón de la iglesia.

Quizá deje aroma de flor, de mujer joven ,de sexo incipiente de jovencita, de ese aroma que un tiempo, tras tocar su coño, su vello, lo pasaba por sus pechos para saborearlo cómodamente. Nunca me lavaba las manos. Me gustaba en mitad del viaje en el bus, pasar los dedos debajo de mi nariz y sentir el olor febril de Aurora. Me gustaba en medio de la noche, cuando ella dormía en mi cuarto con vistas al patio de piso compartido, recoger sus bragas del suelo y meterlas en una caja de madera. Cerraba con llave y hubiera buscado con ella mil veces entre sábana, manta y colchón con cara de no saber dónde iban a parar las bragas que parecían perderse en algún agujero obscuro y lejano del universo que empezaba en mi habitación.
Hasta que un día entró sin aviso. Yo no loa esperaba, venía corriendo para contarme algo, llorando. Mi compañero de piso, en realidad pensión...coincidió al salir y la dejó pasar. La señora estaba muy ocupada con el puchero para verla pasar.
Y yo allí, las bragas derramadas por la cama, mi pequeño altar!
Pero no lo entendió. Miró desencajada, incrédula y para mi disgusto asqueada. Me llamó viejo pervertido y degenerado! Viejo? Yo sólo tenía 30 años. Sólo?
No me dejó explicar, decirle que eso era parte del ritual, del juego, de la apuesta de amarla.
-Das asco! gritó. A qué esperas que huela mi ropa interior asqueroso de mierda? Acaso crees que va a oler como tú? A sudor, a viejo? Acaso te crees...
Y salió corriendo y bufando como una loca. Me alcé, no había sentido tanto dolor en mucho tiempo. Era ella joven, es cierto, apenas 19, pero en serio yo le parecía todo aquello?

Aún con todo, lo peor, era la señora Fina, ante mí, pasando la mano por el pelo, quitando sus horquillas, apartando su bata, dejando ver sus enormes bragas blancas que dejaban ver la felpa amarilleada...
Desperté sobre la cama. Los compañeros de piso me miraban asustados e intrigados. Olía a vómito, a agrio, la cabeza me daba vueltas.

-Dónde está?
-Dónde está quién?
-Aurora! Dónde está Aurora? Decidle que vuelva, dejadme levantar, dadme mis cosas, sus ropas...

Nadie me permitió levantarme hasta el día siguiente. Entonces me lavé, froté con un cepillo para deportivas hasta poner mi carne roja. No quería oler a nada, no quería oler, no quería nada más que irme lejos de aquel dolor, de la señora Fina que parecía no dejarme tranquilo ni un momento desde que vio aquella ropa en su venerado altar. Era recordar su pubis marcado, su supuesto olor a pis, a mierda, a coño transitado y manido y la arcada subía hasta mi boca.

Sólo quiero una flor sobre mi nariz, sobre mi boca. Sólo quiero que ante el blanco y negro que se presenta ante mí, un día algo parecido a una flor de esperanza que me deje salir del paso.

--Mayo--



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